EL VALOR DE LA PERSONA
A nivel de los principios, la Iglesia afirma la dignidad personal de la mujer y su igualdad con el varón, aunque no siempre ha sido consecuente en las aplicaciones prácticas. ¿Puede deducirse de ello que estos principios no han servido para nada? No, puesto que este reconocimiento de principio ha frenado abusos extremos que se han dado en otras sociedades y ha sostenido y pro movido siempre los valores de la persona. Una de las formas en que mejor se descubre la motivación evangélica es, sobre todo, en la primacía dada a la persona. El respeto a la dignidad humana es fundamental. Allí donde el hombre está en juego, la Iglesia está presente, porque está al servicio del hombre y de su realización integral.
Unánimemente se reconoce lo que el Cristianismo ha aportado al estatuto general de la mujer, especialmente con respecto a su dignidad y a su libertad, sobre todo en su vida conyugal y familiar. La Iglesia, a lo largo de los siglos, promueve la dignidad personal de la mujer, abre escuelas para chicas, defiende su libertad frente al matrimonio. La violación de esta regla hacía nulo el matrimonio. La Iglesia casaba y casa a menores sin permiso de sus padres o exigía un depósito de la novia, para evitar violencias. Sostiene igualmente a la mujer para elegir el celibato. En algunos aspectos y en casos extremos, daba más que lo usual en la época a nivel civil. Pero no menos unánimemente la iglesia ha favorecido en la práctica la conservación de un tipo tradicional de mujer. De alguna manera «sacraliza» la imagen de la esposa y de la madre.
LA FUERZA LIBERADORA DEL EVANGELIO
Pero lo importante es que lleguemos a las fuentes vivas de la fe. Y ahí lo que es cada día más evidente para el cristiano es la potencia de la fuerza liberadora del Evangelio. Cuando los cristianos la descubrimos y nos ponemos en contacto con ella ningún condicionamiento externo nos puede detener. Eso ha sido así desde la predicación del Evangelio, que con su dinamismo renovador contribuyó a la apertura del Espíritu de la Iglesia primitiva con respecto al papel de la mujer. Este mismo dinamismo continúa fermentando y se manifiesta en todas las épocas a lo largo de la historia cristiana en figuras tan destacadas como Sta. Catalina de Siena, Sta. Teresa, San Francisco de Asís… Pero también ha existido a través de personas anónimas y existe igualmente ahora.
Puedo aportar mi testimonio personal y el de tantas mujeres que en el mundo entero han descubierto en su fe la fuerza y la esperanza para luchar por la liberación de la mujer, por la liberación de los oprimidos. No han descubierto esta fuerza a partir de otros argumentos, aunque los respeten sino directamente del Evangelio. Porque para ellos Jesucristo es la imagen perfecta de Dios y al mismo tiempo de la «nueva humanidad», de la humanidad recreada». Él es el centro absoluto de la vida humana. Cristo nos libera, libera a la mujer, libera a los que sufren alguna forma de opresión de las consecuencias del pecado que bloquean y condicionan la comprensión y la realización de la dignidad y de la igualdad original de todos los hombres.
«Pilar Bellosillo, Nueva imagen de mujer en la Iglesia», Ed. San Pablo, Madrid 2021.pág. 267-268