El Concilio


 

Me limitaré a apuntar como conclusión lo que creo es fundamental para llevar adelanta la renovación conciliar. Lo esencial y obvio es la recta comprensión del Vaticano II.

Es muy importante «percibir» que en este Concilio no se han tratado aspectos específicos, parciales o limitados. Es la Iglesia como tal, la que ha constituido el objetivo central. En este sentido se puede hablar de un Concilio único, singular. 

Teniendo esto en cuenta, destaco algunas cuestiones fundamentales implicadas en el proceso renovador.

Al diluirse su identidad a lo largo de los siglos, la Iglesia pierde algo que le es esencial y que la constituye: su tensión evangelizadora. Así se ha visto amortiguado y como velado su núcleo vital, que en ocasiones resulta difícil descubrir a causa de los excesivos «ritualismos», «legalismos» y «formalismos».

Pablo VI, en su exhortación apostólica sobre la evangelización del mundo contemporáneo, ha dicho que hay que evangelizar a la Iglesia por dentro, para que pueda evangelizar hacia afuera(1). Resulta muy significativo que en la etapa posconciliar se haya celebrado un Sínodo sobre la Evangelización (1974), y otro sobre la Catequesis (1977). Felizmente, estas van siendo ya prioridades pastorales en todo el mundo.

Otro objetivo importante de la renovación es el fenómeno de masificación de las Parroquias. Porque la Iglesia, Pueblo de Dios, en la que todos son responsables de su misión, se «congrega» y «se vive» en la comunidad de talla humana. En ella, cada creyente, puede vivir su fe, en su dimensión personal y comunitaria, encarnada en el acontecer diario. Y la comunidad, por otra parte, es el lugar privilegiado de la catequesis y «foco» permanente de evangelización(2).

Este pueblo de Dios camina en medio de la comunidad de los hombres. Un pueblo que no puede «instalarse». Porque el «devenir dinámico» de la Historia (hechos, situaciones, acontecimientos) da lugar a constantes llamadas a una nueva búsqueda, a una nueva reflexión, a nuevas respuestas. Este pueblo, que posee y vive la Palabra de Dios, debe con ella interpretar y dar sentido a los acontecimientos y cambios permanentes. Este pueblo, en fin, comprometido con los demás hombres, participa con ellos en la construcción de un mundo más humano.

Superada la vieja situación de cristiandad, de identificación entre cristianismo y sociedad, y recuperada su original libertad, la Iglesia posconciliar aparece en medio del mundo despojada de todo poder, como Luz de las gentes. Luz de las naciones. 

La renovación avanza en esta dirección y tal vez con más vigor en las regiones de la «joven» cristiandad. Quizá la «vieja» cristiandad que las evangelizó encuentra mayores obstáculos que superar.

Pero, sin duda alguna, el esfuerzo pastoral, la inversión más valiosa, hay que ponerlos, no en apuntalar lo que declina de la Iglesia de cristiandad, sino en ese «renuevo» que apunta. (Is 43, 19).

Es evidente que el acontecimiento conciliar constituyó para la Iglesia una ocasión de conversión de las más fuertes de su historia. Y se puede afirmar sin lugar a dudas que el Vaticano II ha sido un providencial impulso renovador dado a una Iglesia de cristiandad para hacerle recuperar su genuina esencia evangélica.  

El mundo, los hombres, esperan de la Iglesia que les abra las «Puertas del Reino». Ella ha de anunciar y «desvelar» al Señor Resucitado. El único que salva. El único que puede colmar las aspiraciones del hombre de hoy. Del hombre de todos los tiempos. Él es la vida. 

«Porque Jesucristo es el Señor de la Historia humana; punto de convergencia, hacia el cual tienden los deseos de la Historia y de la civilización; centro de la Humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones.» (Gaudium et Spes», nº45).

 

Pilar Bellosillo El Concilio, Iglesia, Estado y Sociedad en España. 1930-1982. Coordinado por Joaquín Ruíz Giménez, editorial Argos Vergara, Madrid 1984 ( págs 240-242)

 

 

 

 

(1) Evangelii Nuntiandi, 1975.

(2) «De hecho, no pocas parroquias, por diversas razones, están lejos de constituir una verdadera comunidad cristiana. Sin embargo, la vía «ideal» para renovar esta dimensión comunitaria de la Parroquia podría ser constituirla en una comunidad de comunidades.» Sínodo de la Catequesis, 1977, Proposición 27.

Este Sínodo reconoció que las pequeñas comunidades eclesiales ocupan «el lugar principal» en la transmisión de la Catequesis, pues en ellas:

  • «los cristianos se experimentan a sí mismos integrados en la Iglesia, no de forma anónima, pues se trata de grupos de «talla humana», donde la educación de la fe se convierte más fácilmente en persuasión personal».
  • «aprenden a compartir con otros la propia fe, la confrontan con los miembros de grupo y superan las opiniones individuales o los propios medios de ver las cosas en la consecución y profesión de la fe común»;
  • «por la catequesis, la celebración y el compromiso cristiano, de cada uno de los miembros, finalmente, estas comunidades se constituyen en lugares de auténtica experiencia de vida eclesial». Sínodo de la Catequesis. 1977. Propos. 29.
  • La comunidad eclesial de base en el horizonte del magisterio reciente de la Iglesia. Op. cit. pág. 24

 

 


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